A las palabras no siempre se las lleva el viento. A veces permanecen grabadas durante siglos en el frío mármol de una lápida.
Los epitafios (del latín epitaphium, que se hace sobre una tumba), son textos que se escriben para honrar a un difunto; y perduran no sólo por el lugar donde fueron escritos, sino por el efecto que provocan en el que los lee. Algunos -los más ingeniosos-, hacen reflexionar sobre la propia mortalidad. Otros fueron pensados especialmente por el mismo difunto para que queden como su último y pétreo mensaje. Pero, ya sean poéticos o graciosos, estos escritos mortuorios conforman un género literario casi tan antiguo como el hombre mismo.
Así, en la tumba atribuida al dios egipcio Osiris, se puede leer una escritura que, a manera de epitafio, relata la vida del imponente personaje: "Esta es la forma de aquel que no puede ser nombrado, Osiris, el de los Misterios, que brota de las aguas que retornan".
Los romanos, que incluían casi siempre una deprecación en favor del muerto, tenían por costumbre escribir "Sit tibi terra levis" (Que la tierra te sea leve) o "Siste, viator" (Deténte, caminante). Esta última leyenda fue, durante siglos, una de las más usadas, debido a que los entierros se efectuaban en la orilla de los caminos.
En Esparta, en cambio, se concedía el honor del epitafio sólo a los guerreros que morían luchando por la patria. Así, sobre la tumba del rey Leónidas, caído en la batalla de las Termópilas, rezaba esta advertencia: "Viajero que pasas por aquí: ve y dile a Esparta que sus hijos han muerto por obedecer sus leyes". Y, sobre la sepultura de Alejandro Magno figura, inscripta por sus contemporáneos, la siguiente leyenda: "Esta tumba debe bastar a aquel a quien no podía bastarle el mundo".
Un ruego similar puede leerse en la tumba atribuida a Platón: "Esta tierra cubre el cuerpo de Platón. El cielo contiene su alma. Hombre, seas quien fueres, respeta sus virtudes si eres honrado".
Requisito de brevedad
Pero estas leyendas mortuorias no siempre son tan fáciles de concebir. A fin de cuentas, deben reducir la vida de un hombre a una mínima expresión. Un requisito de brevedad que bien cumple la inscripción que puede leerse sobre la lápida de Nicolás Copérnico (1473-1543) en la catedral de San Juan en Frombork (Polonia): "Deténte, Sol, no te muevas".
Galileo Galilei (1564-1642), cuyos restos se encuentran enterrados en Florencia junto a los de Nicolás Maquiavelo y Miguel Angel Buonarottipronunció su epitafio después de haber sido condenado por herejía: "Eppur si muove" ("Y sin embargo se mueve").
Con el transcurso de los siglos, los epitafios fueron también ampliando su espectro. Muchos comenzaron a cambiar las sentencias morales por poemas, ocurrencias y hasta frases irónicas. "No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores", dice el epitafio del actor y director Orson Welles. En cambio, la gran actriz Marlene Dietrich, que murió en 1992 a los 91 años, quiso ser recordada de la misma manera en que vivió: como una estrella. Por eso, en su tumba, puede leerse la siguiente leyenda: "Estoy aquí en el último escalón de mi vida".
Algunas inscripciones son tan poéticas como lo fueron en vida sus difuntos destinatarios. En la tumba de la poeta chilena Gabriela Mistral, por ejemplo,puede leerse: "Lo que el alma hace por su cuerpo es lo que el artista hace por su pueblo". Y, en la del mayor dramaturgo de Inglaterra, William Shakespeare, existe una frase que dejó escrita antes de morir, el 3 de mayo de 1616: "Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito el hombre que respete estas piedras, y maldito el que remueva mis huesos". Y es que, en el período isabelino, era común retirar cuerpos de sus tumbas y quemarlos para poder reutilizar el espacio de la tumba. Tal vez hubiera sido más adecuado para el famoso escritor yacer en su sepultura con las últimas palabras del príncipe Hamlet: "Lo demás es silencio".
Pocas frases
En Tucumán, donde la escenografía de la muerte tiene ese aire kitsch que abunda en las películas de Pedro Almodóvar, el epitafio prácticamente no existe. Sólo unas cuantas tumbas -generalmente de personajes ilustres- exhiben frases que fueron escritas para la posteridad. Y, para comprobarlo, basta realizar una rápida recorrida por el Cementerio del Oeste, donde existen algunos de los monumentos más antiguos y grandiosos de la provincia.
En el mausoleo de Guillermina Leston de Guzmán (bastante abandonado, por cierto) se grabó el versículo de un Salmo: "Encontrándose juntas / la misericordia y la verdad / diéronse un ósculo / la justicia y la paz".
Y, en la tumba del insigne teniente Benjamín Matienzo, se puede leer la siguiente inscripción: "Había quienes dudaban / pero él les demostró con su doble vuelo: hacia la cumbre... y hacia el abismo". En cambio, en la cripta del ex gobernador Celestino Gelsi, simplemente se inscribió la siguiente frase: "Varón consular / leal y noble en la amistad". Los restos de su hermano, el doctor Arturo Gelsi, también yacen en la misma cripta familiar, bajo una frase que fue grabada por sus descendientes: "Y si todo esto es un sueño, como dicen, un día soñaremos juntos".
Algo similar puede leerse en la tumba del jurista tucumano Juan Heller (1883-1950). Allí sus amigos colocaron una placa de bronce con una leyenda en latín: "Virtutis enim laus omnis in actione convitit" (Sin duda, la alabanza de toda virtud reside en cualquier acción).
Este tipo de epitafios eran muy comunes a principios del siglo pasado en Tucumán. Pero, con los años, fueron perdiendo vigencia hasta prácticamente desaparacer. Hoy nadie graba sentencias para la posteridad. Una realidad que puede verse plasmada en una de las tumbas más visitadas de la provincia: la de la escultora Lola Mora. En su mausoleo sólo hay un par de placas grabadas por sus descendientes y por el Gobierno de la provincia. Todo un signo de los tiempos.